M. Alejo, a veces, para designar a gente que trabaja con él, dice "Tengo un chico en la oficina..." y después me cuenta alguna historia que nunca puedo recordar porque me quedo colgada en esa primera frase. "Tengo un chico en la oficina..." No puedo evitar imaginarme a un hombre joven encerrado en el sótano de un edificio del centro financiero de Toronto. En una gran caja de vidrio, al mejor estilo "You". Y, además, lo veo dibujando planos en Autocad o imprimiendo miles de páginas de ofertas que nunca se presentarán a ninguna licitación. En mi mente, usa pantalones de vestir y camisa, porque con esa ropa llegó a trabajar una mañana y, cuando es la hora del almuerzo, le traen una hamburguesa del alegre pub al que fueron a comer todos los demás compañeros.
Tenemos gente
Tenemos gente
Tenemos gente
M. Alejo, a veces, para designar a gente que trabaja con él, dice "Tengo un chico en la oficina..." y después me cuenta alguna historia que nunca puedo recordar porque me quedo colgada en esa primera frase. "Tengo un chico en la oficina..." No puedo evitar imaginarme a un hombre joven encerrado en el sótano de un edificio del centro financiero de Toronto. En una gran caja de vidrio, al mejor estilo "You". Y, además, lo veo dibujando planos en Autocad o imprimiendo miles de páginas de ofertas que nunca se presentarán a ninguna licitación. En mi mente, usa pantalones de vestir y camisa, porque con esa ropa llegó a trabajar una mañana y, cuando es la hora del almuerzo, le traen una hamburguesa del alegre pub al que fueron a comer todos los demás compañeros.