Wasaga Beach
La arena en la playa de Wasaga es tan fina que, en seguida, te recubre con una capa y ni siquiera te das cuenta. Pero es gris. Suave y gris. El agua del lago Hurón está tibia y, sobre la orilla, tiene unos pequeños remolinos de algas que se acaban al dar unos pasos. El fondo del lago es de olas diminutas de arena. Pero, a veces, uno se encuentra un limo pegajoso y blando que es muy desagradable de pisar. Novedoso, pero desagradable. Se puede caminar mucho, pero mucho, sin que el agua suba más que a los muslos. Y, por allá lejos, donde el agua cambia de color a un azul intenso, se adivina la profundidad.
La playa es muy larga, 14 kilómetros para ser exactos, es la playa de agua dulce más larga del mundo. Pero no es demasiado ancha. La bordea un bosque de coníferas en el que hay zonas de picnic con mesas, juegos de niños, baños y puestos de seguridad. Está en el parque Provincial de Wasaga Beach, una zona natural protegida. Y, para acceder, hay que pagar una entrada de 21 dólares por vehículo.
No hay, curiosamente, bañeros ni salvavidas. Estás bajo tu propia cuenta. Lo cual me resultó muy inesperado, siendo que en Toronto hay bañeros por exceso. Hasta en las wading pools, que son juegos de agua en los parques para chicos, hay dos bañeros que se encargan de abrir y cerrar la canilla que llena la piletita. Se agradece que no estén, porque son bastante molestos, siempre sonando el silbato a cada mínima transgresión inofensiva.
Wasaga Beach es famosa por ser la playa a la que van los jóvenes de fiesta, a emborracharse y excederse con libertad. Pero tiene también playas familiares y para los no-tan-jóvenes, sobre todo de espíritu, como es mi caso. A diez minutos caminando desde la playa más familiar, está la ciudad de Wasaga, que intenta lavar su nombre de ciudad fiestera y volver a ser el destino de playa favorito de los torontenses. Le tengo fe.