Frutillas y otras causas de divorcio
“Somos fans de la mermelada de frutilla1”, le dije a M.Alejo y le guiñé un ojo, porque estaba refiriéndome a los niños y cualquier entusiasmo por una fruta o verdura es motivo de celebración en esta casa.
“Qué son las frutillas?” Preguntó Daniel, arruinando momentáneamente mi gesto.
“Fresas”, aclaró M.Alejo.
Negué con la cabeza en silencio. Daniel reconoció "fresas" sin problema. Con una sola palabra, sentí que perdía media cadena de ADN.
Es difícil luchar entre dos españoles. Porque en un mundo en inglés parecería que “es lo mismo”, pero no. Aunque M. Alejo habla en argentino (con alguna que otra rareza gramatical), se crió en España y en su mente quedó una fuerte tendencia a considerar que el español “correcto” es el de la península ibérica.
Les acepto que inventaron el idioma. El mejor idioma del mundo, además. Son los pioneros del español. Mientras que nosotros lo aprendimos con humildad mestiza y colonial, y con los acentos variados de aquellos valientes aventureros (aunque no por eso dotados lingüísticos) que osaron llegar hasta el fin del mundo.
Pero las lenguas son como ríos, uno nunca sabe por dónde van a ir y a quién se le va a ocurrir hacer un dique y un estanque o incluso desviarlos. O conectarlos con otros ríos.
Así que luchamos con agresividad moderada por el español en el que ven la tele los niños. M. Alejo lo pone en el de Cervantes (Miguel se retuerce en su tumba ante mis palabras) y Matías pregunta si no está disponible el “otro” español. Así que yo lo cambio llena de orgullo, a esa mezcla de español latinoamericano atemporal (que nos ofende a todos y a la vez, se siente como en casa). Y me regocijo cuando mis hijos aprenden palabras tan coloridas y de significado ambiguo, como cuando yo miraba los Simpsons y alguien decía "zulipanta".
Oye, que también es cultura, tío.
Cuando un español escucha la palabra “frutillas” piensa en frutas chiquititas.