Derecho a sufrir
En Canadá, no conducir un auto es ser ciudadano de segunda clase. Todo el mundo tiene autos. En plural. Y camionetas. El tamaño de las camionetas que ruedan por Toronto se debe parecer mucho a las fantasías eróticas del campo argentino.
Termina siendo una exageración tanto vehículo, en parte, porque llegan a un punto en donde nadie camina nunca a ningún lado.
Una respuesta como "No, no manejo" sorprende a la gente. Empiezan a buscar en qué categoría ponerte. Si sos pobre. Si sos loca. Entonces aclaro que es voluntario. Y entonces, como por arte de magia, todo cambia. Sos exótica, sos ecológica, sos bio-green-hippie-friendly, sos europea.
Andar por la vida en Toronto tomando autobuses, el metro, en bicicleta o simplemente a pie me requiere un esfuerzo diario. Pero no es solo físico. También es mental: es enfrentarme a las personas que no lo entienden.
A veces, cuando el clima no ayuda, yo también dudo de mí misma y de los principios fundamentales (aunque no totalmente ecológicos) que me hacen no andar en auto. Y entonces me pregunto:
Tengo derecho a exigirles a mis hijos que caminen 4 cuadras? Que cedan un asiento o que se apretujen un poco por unos minutos? Que usen un paraguas cuando llueve? Guantes para algo que no sea ir a jugar con la nieve? Que tengan frío y calor y viento en la cara?
Por qué los quiero torturar de este modo? Qué les quiero enseñar?
Para mí, es simple. Ya sea que un día quieran escalar el Aconcagua en serio, o jugar a ser hippies en Machu Picchu, o simplemente caminar por las capitales europeas hablando de lo que pasó en Amsterdam, más vale que empiecen ahora. Dentro de un marco de seguridad y sin estar solos, que pongan el cuerpo y la mente. Que se nutran, se aclimaten y vivan el mundo real. Que es mucho más interesante que el tapizado de un auto.
Qué es lo peor que puede pasar? Que pisen un charco? Que se quejen porque están cansados? Estoy criando niños fuertes, valientes y espabilados. Y nadie dijo que iba a ser fácil… ni para mí, ni para ellos.