Creer o reptar
"Mami, hay una víbora que se está metiendo en un cochecito..."
Eso me dijo Matías mientras estábamos de picnic en la playa, el sábado por la tarde. Dije "¿Qué?" y él me repitió la misma frase. Me saqué los anteojos de sol para mirarlo a los ojos. Le pregunté "¿Vos me estás hablando en serio?". Porque yo dudaba, como madre y como ser humano. A veces, los niños mienten, o exageran. Y más, si están rodeados de otros niños a los que quieren impresionar. Pero la cara de Matías permaneció seria mientras me decía que sí, y su cuerpo empezó a temblar.
No hubo más tiempo para el debate interior de "le creo a mi hijo o no". Elegí creerle. Y me llevó de la mano hacia un árbol que estaba a unos 5 o 6 metros de donde estábamos nosotros, mientras iba diciéndome "… y es rayada, así que, seguro que es venenosa". Cuando llegamos cerca de las raíces del árbol, que formaban una maraña que sobresalía de la arena, me señaló, con su dedo de 7 años, una enorme víbora rayada.
Sé que van a pensar que exagero, aunque no sea tan niña. Pero no le tengo miedo a las víboras, así que no tengo ningún impulso de exagerar (como sí puede que suceda con las arañas). Era una enorme víbora marrón, negra y blanca, que se movía, efectivamente, entre las ruedas de un cochecito de bebé.
Se quedó ahí. Yo alerté a una pareja que tenía su picnic a veinte centímetros, y cuyo perro estaba olfateando peligrosamente cerca. La serpiente se movió hacia un lado y hacia el otro, se enroscó en una raíz y elevó su cabeza. Nos quedamos mirándola.
Cuando apareció el dueño del cochecito, le dije que había una víbora (no me imagino peor cosa que encontrártela entre la mantita del bebé), y el padre, que pareció más sorprendido que asustado, me preguntó "¿Y de qué color es?" No respondí. Los padres, a veces, me desquician. Su mujer se dedicó a alejar cochecito, bolso, bebé y marido de la víbora.
Felicité a Mati por su valentía de camino a nuestra lona. Y no volví a quitar los ojos de las raíces del árbol, por el resto del día.