Coyote Ugly
Sobre la vez que nos encontramos coyotes por la ciudad. Es decir, hoy. Sobre hoy y cómo hicimos para sobrevivir.
Otra leyenda urbana en Toronto es que hay coyotes. En el parque de Cedarvale (que nos queda a unas 4 cuadras) hay carteles avisando que después de la caída del sol y antes del amanecer puede haber coyotes. Y advierten que no dejen sueltos a los perros. Los carteles, con la foto de un coyote (puesto que la mayoría de nosotros sólo hemos visto el del Coyote y el Correcaminos) parecían más simpáticos que atemorizantes.
La verdad es que el único que se asustó fue Matías, al que hubo que convencer de que no había coyotes en "el parque de los coyotes" (que es como había decidido llamarlo M. Alejo, un error del que nos percatamos la siguiente vez que quisimos llevar a Mati al parque). Los coyotes se convirtieron en leyenda urbana y el parque volvió a llamarse Cedarvale.
Pero hoy puede que haya retrocedido dos casilleros cuando pasé por la puerta y grité "Mati! A qué no sabés lo que vimos?! Coyotes!" En su defensa, no se asustó. Creo que no me creyó. Ni yo me lo creo todavía.
Volvía de buscar a Dani de su escuelita, por la ciudad, cuando de pronto me pareció ver dos perros en medio de la calle. Raro. Porque acá no hay, no existen, los perros callejeros. Me acerqué unos metros más y vi que tenían unas colas más pertenecientes al mundo salvaje que al de los animales de compañía. Coyotes...? Coyotes!
Imagínense el avance mental que me ha dado vivir estos meses en Canadá, con mapaches violentos y huellas extrañas en la nieve del patio, como para que mi cerebro voluntariamente, me tire la respuesta "coyote" a alguna pregunta.
Así que sí, coyotes. A la vuelta de mi hogar. Unos vecinos salieron y comentamos cómo la vida salvaje se nos venía a la ciudad y yo, sintiéndome protegida por la valentía de mis vecinos canadienses (que no sé cómo se defenderán de los coyotes pero estaban en remera de manga corta y hacía 8 grados bajo cero) esperé a que los coyotes se alejaran un poco y seguí caminando hacia mi casa, empujando un cochecito que eligió ese exacto momento para hacer su chirrido de huída. Como un delfín cobarde "Íiii...!"