Sistema de frenado a sangre
Tuve que dejar de hacer yoga por unas semanas porque me lastimé la muñeca de la forma más absurda del mundo. Me la torcí. O me la impacté muy fuerte. O algún término médico que no sé porque no fui al médico, evidentemente.
Daniel anda en monopatín a toda velocidad. Es una costumbre que incorporó en París, donde todos los niños andan en monopatín, que allá se llama "trottinette", desde los 2 años hasta que pueden subirse a una bicicleta. Entonces, cambian de rodado.
Pero donde vivíamos no había muchas subidas ni bajadas. Era una ciudad llana. Nos conocíamos de memoria las 2 o 3 rampas que había. Y lo más desafiante era, curiosamente, ir con el monopatín por los caminos del bosque, donde las raíces y las piedras lo convertían en un juego de obstáculos.
Toronto no es llana. Es todo lo contrario, es aguda. Hay enormes subidas y bajadas en mi propio barrio y, la mejor de todas, es una rampa con una pendiente de (ojo acá) 35 grados, por lo menos. Está en la salida de la escuela de Matías, y Daniel espera todo el recorrido cuando vamos a buscar a su hermano, sólo para tirarse por esa rampa.
Espera a que no pase nadie, me hace bajar hasta el final y se lanza a toda velocidad. Lo usual es que, a mitad de camino, se asuste. Entonces, me grita desaforado "Frename, Mamá!" y yo lo atajo. En detrimento de mi muñeca que, una de esas veces, sufrió un impacto demasiado profundo (wink wink) y se hirió.
El dolor me duró unos días. Los suficientes como para que contemplara la posibilidad de una vida sin yoga. Y justo cuando estaba a punto de entrar en pánico... el dolor se fue. Una mañana, mi muñeca amaneció bien, Daniel encontró un método de frenado más efectivo y yo pude volver a hacer yoga.
Son las pequeñas cosas.