Saga de la maternidad y otras aflicciones: Volumen IV
Mientras mirábamos los techos à la mansarde de Paris y a nuestro flamante Daniel dormido, vino la ginecóloga a hablarnos de anticoncepción. Yo, como única respuesta, sonreí de manera amable-francés y señalé al bebé recién nacido e hice referencia a su hermano nacido no hacía tanto que esperaba en casa.
M. Alejo, percibiendo la tensión del momento y para aligerar el ambiente dijo "creo que vamos a esperar la cuarentena", haciendo referencia a ese período de tiempo en el que a las mujeres se las deja maternar casi en paz, sin avances sexuales a pesar de sus enormes pechos lactantes.
Y la ginecóloga se quitó lentamente los anteojos sexies, se soltó el pelo largo y desabrochando el primer botón de su ambo, susurró en francés "Acá no existe la cuarentena".
Yo volteé los ojos tanto que casi se me salen de las órbitas y hay que llamar al oftalmólogo, y pensé "Hermana… sorora... compañera, de qué lado estás?!"
Ella estaba del otro lado, claramente. De la vereda del Moulin Rouge, de la liberté y de la no cuarentena. Y mis conexiones neuronales alteradas por las hormonas me dijeron "sos vos, Cintia, que estás en la vereda infeliz de las limitaciones éticas, físicas y culturales, en París las mujeres son libres. Vive la France!"
Pero no. No era yo. Era que la ginecóloga todavía no había tenido hijos. Suerte, hermana. Un día, volverán a ti tus palabras.