Repelente nocturno
4:30 de la madrugada. Toronto, Ontario, Canadá.
Daniel llora en su cama. Yo, absolutamente dormida, pero con esa capacidad de caminar con los ojos cerrados, teniendo el llanto del niño como único medio de ecolocalización, que adquirimos algunas madres, me dirijo a su habitación. Me acuesto al lado de él. Le digo "shhh.." y le hago mimos y espero que se vuelva a dormir. Sigue despierto.
- Mamá, tengo miedo.
- No tengas miedo, mi amor. Yo estoy acá.
- Hay algo malo?
- No, no hay nada malo. -Le respondo. Todavía tengo los ojos cerrados.
- (algo que no entiendo) (algo que no entiendo) ...osquitos!
- No, no hay mosquitos.
- (algo que no entiendo)...despertar...(algo que no entiendo)...mucho...mosquitos?
- No, mi amor -le digo y, en este punto, me pregunto si es que no le entiendo o que me duermo en medio de las oraciones. - No, no hay muchos mosquitos...
- Mamá!
Abro los ojos. Un Daniel indignado me mira desde la oscuridad, sentado en la cama. Ésta vez, enuncia con corrección:
- Mamá! Para despertarme, falta mucho o poquito?!
- Ah...! Poquito, mi amor.
Él se vuelve a dormir. Tranquilizado por la noción de que no falta mucho para despertarse y, de paso, de que no hay mosquitos. Yo me quedo despierta pensando "tengo que escribir esta conversación bizarra antes de que se me olvide".