Mensajes profundos
Los 3 mensajes de texto que le mandé a M. Alejo debían transmitir la prueba irrefutable de que había intentado comunicarme con él pero no había señal. Yo estaba en un vagón del subte, en un túnel, a vaya-a-saber-uno qué cantidad de metros de la estación de Dupont, debajo del centro de Toronto, con Daniel.
El subte se había parado, apagado y se habían prendido las luces de emergencia. Y el conductor, con esa dialéctica tan incomprensible de los altoparlantes, nos había dicho que "aparentemente, no tenemos energía". Nadie quiere escuchar un "aparentemente" de la única figura de autoridad. Si alguien vio Daylight, sabrá que solo se salvan las personas que tienen a una figura de autoridad a la que seguir. Descarté seguir al conductor de mi tren. Busqué con los ojos alguien que se pareciera a Sylvestre Stallone. Una señora comía papas fritas, 4 jóvenes asiáticos se sacaban una selfie, 2 vagabundos dormían en los asientos.
Unos adolescentes, que habrán visto en mí una figura materna de reemplazo en caso de desastre, quizás porque llevaba un cochecito y un niño, vinieron caminando hacia mí y me preguntaron qué pasaba. Los confundió que les dijera que no sabía. Vi la decepción en sus caras todavía lampiñas. Pero, como estaban en una edad complicada y yo no sabía si me necesitaban de figura materna o de posible pareja de apareamiento, los dejé irse.
Al cabo de un rato, nos enteramos que una persona estaba caminando por las vías y todos los subtes de Toronto se habían detenido.
Pasamos tres cuartos de hora en la leve oscuridad de las luces de emergencia, el aire acondicionado prendiéndose cada tanto para que no muriéramos asfixiados y el silencio del túnel. Me tomé unos segundos para mandar esos SMS que, encima, se enviaron en el orden incorrecto, de manera que el último mensaje era el menos optimista.
Nada malo pasó. Apresaron al vagabundo subterráneo, o murió electrocutado. Las luces se encendieron, el aire acondicionado se volvió constante y dejamos de escuchar el silencio del túnel. Los que dormían, nunca se despertaron, acunados por la confianza plena en el sistema de transporte público.