Más allá
Al señor del restaurante griego le molesta que me haya sentado en el banco que hay en su vereda. Ya salió a otear el horizonte, como quien no quiere la cosa, a ver si yo me asustaba con su mera presencia. Y también salió a barrer, armado de una escoba con la que quizás se sentía más poderoso, solo barrió un metro cuadrado de hojas y desapareció. Por ahí no quería barrer o vio el despropósito de luchar contra las hojas en otoño en esta ciudad.
La tiene difícil porque ni su etnia, ni su escoba, ni su actitud me van a mover de este banco por ahora. Estoy escuchando un audio de mi hermano. Estoy cómoda y cansada. Muy mal dormida. Mala onda. Con dos cafés, un croissant y 2 kilómetros caminados en el cuerpo, que mejoraron ligeramente mi estado anímico pero no tanto como para ceder ante las presiones del señor griego.
Solo una mamá (o un papá) agotado, pero verdaderamente agotado, de noches sin dormir, y jarabes para la fiebre, y niños que necesitan más de lo que uno tiene para darles, es capaz de entender el profundo sentido casi antropológico de que no te importe nada.
En eso estaba yo cuando el iluso señor griego salió a intimidarme. Nadie intimida a una mamá agotada. Estoy del otro lado de las convenciones sociales, señor.
Pd: la única razón por la que pude escribir esta crónica es porque los Abuelos están a cargo del bebé número 3.


