La llegada al mundo de Adrián (parte 2)
Bolso de mamá, bolso de bebé. Más contracciones. Mi mamá en camisón tomando el cuidado oficial del resto de los niños. Al hospital. M.Alejo recorrió las calles de Toronto a toda velocidad. Puede que haya pasado semáforos en rojo. Puede que se haya detenido a un costado de la autopista para que yo pasara una contracción especialmente dolorosa. Puede que el recorrido de 20 minutos al hospital haya durado solo 13.
Las oleadas de dolor solo me permiten recordar detalles al paso. Un semáforo. Un paso sobre nivel. Las luces del hospital llegando hacia nosotros. El dolor era tan intenso que pensé “Espero que éste sea EL dolor. Espero que éstas sean las contracciones de parto. Porque si hay algo más allá, no va a haber Cintia.” Había algo más allá. Qué traidora es la naturaleza. Justo cuando pensás que te vas a morir, no te morís, y seguís sufriendo.
Iba a decir que M.Alejo estacionó el auto en un lugar, pero la verdad es que lo arrojó. Hasta quedaron las ventanillas abiertas.
Me tiré al suelo en la recepción de maternidad, donde además dejé un charco y grité gritos de dolor primitivo que nunca había escuchado salir de mi garganta. Todo un espectáculo.
Las enfermeras vinieron y una dijo "lo va a tener acá!" Ahí es donde aparece Ildiko. "Hi, Cintia. Hi, honey" Reconocí su voz. Dió instrucciones y salimos hacia la sala de parto.
Yo estaba esperando que me hablaran de dilatación y de peridural pero, en cambio, la matrona dijo "Dejame que me ponga los guantes y empezamos a pujar". Y así fue. Un pujo, dos. La cara entera de M.Alejo y la mitad de la de mi matrona me alentaban. "En unos minutos vas a conocer a tu bebé!" Me pedía respirar pero no había aire a mi alrededor, o no me entraba en el cuerpo. El dolor no me permitía concentrarme. No tenía fuerzas, ni voluntad, ni aire, ni la capacidad de pujar como me pedían.
Y, sin embargo, desafiando las leyes de la gravedad, la aerodinámica y la fuerza de una mujer pequeña, salió una cabeza. Y después, el resto de Adrián.
Agotada y moribunda, vi como un minúsculo bebé lleno de pelo reptaba por mi estómago. Iba camino a mi corazón. Listo. Había terminado. Y también había empezado.