Khaleesis
Ésta va a ser una crónica corta. Se va a tratar de las madres de varones. De cómo nuestro mundo se ve profundamente afectado por los pedos, los olores a pata, las bolitas de mocos y los bichos en general. Del esfuerzo que hacemos por permanecer mamás y mujeres, por combinar suavidad y lo otro, eso que los hace sentirse comprendidos y normales.
Después de todo, estamos moldeando el criterio de mujer por el que se van a sentir atraídos cuando sean mayores. Si es que lo suyo son las mujeres. Quizás solo hago de modelo para la psicóloga que van a elegir cuando no quieran crecer y no sepan por qué.
De cualquier manera, acá estamos: repartiendo snacks, golpeadas y besadas, oliendo calzoncillos para saber si están sucios o no, y acudiendo a las llamadas desde el baño, con la puerta abierta y un niño semi-desnudo sentado en el inodoro, que me grita “Mamá! Tenés que venir a ver esto!!” Y yo agarro las toallitas desinfectantes por el camino y me preparo para algo horrible de lo que se siente extrañamente orgulloso. Será una caca enorme? Un pedo explosivo? Mi niño tiene algo emocionante que mostrarme. Actuaré como mamá, como mujer, y me mostraré a partes iguales impresionada y asqueada. Fingiré desmayarme para traerle algo de las mujeres de otra época. Eso lo hará reír. Y más tarde, le recordaré que le cuente también a su padre sobre lo que pasó en el inodoro, porque las alegrías cotidianas, por muy asquerosas que sean, hay que compartirlas.
Las abrazo, otras mamás de varones. Que sus días estén llenos de besos además de pedos. Que sus brazos y sus cafés sean fuertes. Que encuentren el coraje para llevar un caracol vivo en el bolsillo por diez cuadras.
Y no se dejen amedrentar, el mundo, nosotras, todavía necesitamos pintarnos los labios de vez en cuando.


