Grandes Diferencias
Las rutas están sorprendentemente mejor que las calles de Toronto, en las que sacudo a mis hijos abruptamente cada vez que no veo un bache o me encuentro un pozo inesperado con la bici. Aun así, las cruzan gigantescas líneas de brea, como cicatrices elásticas, que salvan las grietas que se hacen en el pavimento después de cada invierno. El ciclo de deshielo y hielo acaban por destrozar cualquier camino.
Después de observar el campo canadiense por la ventana, se me ocurre algo. "¿Soy yo o nuestros silos no son así?" Le pregunto a M. Alejo. Y es una pregunta trampa porque con "nuestros" me puedo estar refiriendo a los silos argentinos, o a los españoles, o incluso a los franceses. Pero me estoy refiriendo a los argentinos, claramente. Mi "nuestros" lo incluye a él solo tangencialmente.
"Acá son como penes" dice M. Alejo, zanjado la cuestión. Y la Real Academia de la Lengua Española no podría haberlo dicho mejor. Son cilíndricos, altos y flacos, con los techos abovedados de zinc, brillando al sol. Definitivamente, cercanos a la anatomía masculina. Una vez que lo veo así, el paisaje se me llena de penes en medio de lo que antes eran solo bonitos campos sembrados. Me doy cuenta de que tenemos que salir de vacaciones más seguido.