Destino aeropuerto
Las 5 de la mañana es un buen horario para charlar con los niños. Al menos, eso pensé mientras íbamos al aeropuerto y a ellos se les ocurrían las mejores preguntas de este mes.
"Los homeless tienen teléfono?" Preguntó Matías mientras yo estaba intentando responder a "Cuál fue la primera cosa que inventaron los humanos?" de Daniel.
Mi disertación antropológica me llevó desde las herramientas hasta la ropa de abrigo y, de haber podido conectar todo con los teléfonos de los homeless, mi profesora de historia hubiera estado orgullosa de mí. Pero no me alcanzó ni la atención de mis hijos ni la duración del viaje.
Solo pasaron 2 meses desde que estuvimos en un aeropuerto pero siempre se siente como más. Los aeropuertos me ponen nerviosa, con sus distancias medidas en tiempo (como los años luz), las paradas técnicas para revisar mis pertenencias o mi documentación (que uno nunca sabe cómo va a salir), y toda esa gente abandonada de la mano de Dios que duerme en posiciones incómodas en asientos remotos o carga su computadora en un enchufe que encontró entre la entrada del baño y una planta... que uno no sabe si se les atrasó el avión, si vinieron a dormir al aeropuerto para ahorrarse la noche de hotel o si su país de origen desapareció y no tienen a donde volver. Yo no quiero ser esa gente pero también sé que siempre estamos a una mala decisión de serlo.
Y M. Alejo siempre está apurado. Los aeropuertos despiertan su modo business-man-de-mal-humor que se adapta perfectamente a lo desastrosas que son las aerolíneas hoy en día, pero menos bien a su mujer y 3 niños que necesitan más que bufidos desaprobatorios para caminar los aeropuertos y esperar las horas y empujar los bultos. Pero también siempre va y compra el desayuno para todos. No importa lo lejos que quede el Starbucks. Somos un público fácil, con un café con leche y unos croissants, lo seguimos hasta el asiento del ala que nos toque esta vez.